La pintura que cubre su rostro transforma lentamente las
lágrimas en regueros blancos que se deslizan por sus mejillas. Sus manos
temblorosas guardan aquella tarta que ya no se estrellará más contra su cara.
Hoy es un día duro, los niños ya no se ríen, prefieren malgastar las horas
delante de la televisión viendo dibujos que verle hacer una vez más su número.
Con mucho cuidado se desprende de su arrugada nariz de color rojo mientras ve
reflejada en el espejo la imagen de un artista acabado que ve su futuro más
negro que nunca.
El pulso se le acelera, no puede contener más la rabia, solo
pasan unos segundos hasta que estrella su puño contra el cristal. Los cristales
caen pero el estruendo no alerta a nadie, la fría lluvia tapa el sonido del
inicio de lo que está por venir. El llanto aumenta, la desesperación se hace
gigante y el fin se acerca.
Se levanta de su silla violentamente, el dolor ya se ha
apoderado del que era un payaso convirtiéndolo en un animal que no sabe donde
refugiarse, siente que no puede sobrevivir en un mundo que le olvidará, un lugar
donde los artistas como el ya no tienen cabida y donde conseguir un trabajo no
es tarea fácil. La presión lo ahoga, el agobio lo fulmina, pero pronto ve una
salida.
Se acerca de nuevo al mueble del espejo, el pulso se
normaliza por un instante, y sin tiempo de espera para el arrepentimiento sus
manos actúan más rápido que su mente y cogen uno de los cristales. Es entonces
cuando cierra los ojos y recuerda, los focos iluminando la función, las risas,
el olor a palomitas y el asombro ante las fieras que saltan a la pista. En un
segundo toda esa gente riendo vuelve a su mente, pero solo un segundo más tarde
el cristal recorre su cuello.
El jefe de pista sale a escena y le presenta, la gente
aplaude, redoble de tambores y a escena. Se desliza al exterior viendo como el
mismo color de su nariz cae sobre los charcos de lluvia, continúa avanzando
hasta que sus fuerzas no lo permiten más y se desploma junto a la jaula de los
elefantes. La tarta se estrella contra su rostro y el público ríe de nuevo.
Sólo unos instantes y el pulso cada vez es más flojo, a lo lejos ve como sus
compañeros se dirigen hacia él corriendo, pero ya es tarde, quizás en la otra
vida vuelva a hacer reír a alguien. Entonces se acuerda de cada una de las
caras que vio reír en su vida y su alma se siente aliviada al saber que hizo
feliz a mucha gente. Un fuerte aplauso resuena en la carpa, los espectadores en
pie vitorean su trabajo. El corazón comienza a pararse y es entonces cuando
siente frio y sonríe por última vez, pues un payaso nunca debe perder su
sonrisa. El pulso se detiene, él sonríe, las luces se apagan, redoble de
tambores.
"¿Cómo están ustedes?"
Siempre te recordaremos (1929-2012)